EDITORIAL
Hoy el Vaticano ha comenzado a reunir sus cardenales en el cónclave que debe llevar a la elección de un nuevo líder. 115 cardenales elegirán al nuevo Papa que dirigirá los pasos del catolicismo del siglo XXI. A estas alturas la división no está clara, dado que ya no se trata de cardenales “progresistas” y “conservadores” sino de diferentes visiones sobre la organización eclesiástica. Se reunirán y, en grupos de afinidad, decidirán el futuro de la iglesia católica.
Un futuro que viene marcado por el discurso conservador que ya inició el polaco Karol Wojtyla, llamado Juan Pablo II como Papa, y siguió el papa saliente, Benedicto XVI, que mantuvo el carácter conservador que había ido adquiriendo la iglesia católica y parecía su guardián.
El discurso LGTBfóbico de Joseph Ratzinger era anterior a su papado y siguió de forma agresiva, a pesar de su carácter teórico. Ha sido un papado altamente conservador y negador de los derechos de las mujeres y de las personas del colectivo LGTB. El mandato de Benedicto XVI ha sido altamente ideológico, ha recuperado valores y prácticas olvidadas desde el Concilio Vaticano II (en el que, por cierto, el despuntó como uno de los teólogos jóvenes con un sentido de la reforma progresista que cambió con el tiempo ) y ha tapado escándalos sobre los abusos sexuales de sacerdotes y obispos.
La renuncia de Benedicto XVI al papado fue inesperada y, al mismo tiempo, su discurso sorprendente. Ni la jerarquía eclesiástica, ni los y las practicantes del catolicismo, ni la sociedad en general, esperaba la renuncia y, mucho menos, por las razones que se adivinan detrás de su críptico mensaje. Ratzinger nos sorprendía con una renuncia con mucha dignidad y contra lo que representaba.
Su final ha sido sorprendente, quizás incluso coherente con una parte de su discurso teórico. Ha abierto los ojos a mucha gente sobre las malas prácticas de la iglesia católica y de que ni el poder divino, aunque sea delegado, lo puede todo. Su crítica ha dinamitado algunos fundamentos del conservadurismo, pero rápidamente lo han recluido y en pocos días se olvidan las palabras y los hechos y se reanudan las prácticas y el discurso que han caracterizado su papado. Se vuelven a hacer públicos escándalos de abusos sexuales y vuelven a ser el centro algunas de las personas que Ratzinguer había apartado del cargo en su coherencia teórica.
Ahora 115 hombres, que se denominan castos, vírgenes y puros pero que tienen sobre si todos los escándalos de corrupción, de asociación con la mafia, de abusos sexuales … acumulados en tanto que máximos representantes de una organización que ha demostrado ya no estar carcomida, sino podrida, en sus fundamentos. El Papa saliente, a pesar de su conservadurismo lo ha corroborado.
Estos 115 hombres volverán a decidir el futuro del poder católico y las líneas de actuación prioritarias. La teología crítica tiene ahora una pequeña rendija para hacerse espacio, no se lo pondrán fácil aunque hay muchas voces que critican las prácticas y actitudes poco cristianas de la jerarquía eclesiástica, como en todas partes una cosa es la base y la otra quienes ejercen el poder, pero el poder también puede ser un espacio de creación de libertad y de expresión, aunque no parece que se vislumbren cambios ni reformas significativas, por el contrario, el discurso conservador, cerrado, LGTBfóbico y el secretismo de los asuntos internos parece que seguirán marcando el futuro de la iglesia católica (como el de otras organizaciones religiosas). Aquellos que quieren ser la referencia se han convertido en lo que no debemos referirnos sino como mal ejemplo para el comportamiento social.